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CRÍTICA – La casa del dragón (Episodio 1)
Publicado
hace 2 añosel
Con toda la parafernalia comentada alrededor de la fusión Warner Bros. Discovery, cancelaciones de películas con presupuestos multimillonarios y retiros de programas de la plataforma de streaming de HBO Max para recortar gastos mediante un menor pago de impuestos (en una movida financiera que no queda del todo clara), no podíamos culpar a nadie de sentirse extrañado por el derroche en gastos de promoción que se le asignó a House of the Dragon, de los que se asegura que se han elevado hasta los cien millones de dólares. Solo puede haber, en efecto, una explicación para ello y es que la Warner confía ciegamente en el spin-off de la serie más aclamada de su historia. Sinceramente, ¿cómo no hacerlo? Si ni un flojísimo final -para la mayoría de los fanáticos- en la octava y última temporada de Game of Thrones, el producto original, ha podido disipar el lugar que se ganó la producción dentro de la historia de la televisión y la memoria de los espectadores.
Por ello las expectativas que se tenía -y que tenía yo también- para la recién estrenada House of the Dragon no eran pocas ni siquiera por el hecho de que la historia está ambientada casi dos siglos antes de los sucesos de Canción de hielo y fuego. En realidad es la propia introducción de la serie la que se encarga de posicionarse explícitamente en el tiempo, precisamente 172 años antes del nacimiento de Daenerys, un artificio inteligente para enganchar desde el comienzo con la esencia de Game of Thrones, pero también para indicar que, como ya lo sabíamos en la previa, veremos, esencialmente, un relato enfocado en la casa Targaryen, lo que predispone a esta producción a poseer algunas características distintas a la serie original.
Creo, de todas formas, que es conveniente acercarnos primero a las similitudes que tenemos entre ambas. Dado que los Targaryen son los que dominan en King’s Landing, el argumento se centra igualmente en quien será el próximo que siente en el Trono de hierro para gobernar los siete reinos. El inicio de este primer episodio nos dio a conocer que Viserys (Paddy Considine) es actualmente el rey, pero no tiene un heredero varón que le suceda. Sí tiene una hija, Rhaenyra (Milly Alcock), pero aún no existe, en la época, el suficiente avance para aceptar a una mujer como reina. En su defecto, Viserys tiene un hermano, Daemon (Matt Smith), quien inicia la serie como futuro rey, pero es desvirtuado muy pronto. El personaje de Matt Smith además es el encargado de añadir otra convergencia con la serie original, trayendo en este capítulo estreno la suficiente vibra sádica para conservar la esencia de la parte más cruda de Game of Thrones. Daemon, por ejemplo, tiene a su cargo algunas de las escenas más brutales, como la cruenta matanza que lleva a cabo su ejército a supuestos criminales que el mismo juzga sin mayor remordimiento. Si a alguien veremos, salvando las distancias, como una especie de Joffrey Baratheon en House of the Dragon, podría apostar unas cuantas fichas a que este personaje es el indicado para ello.
La secuencia, sin embargo, que ha causado mayor impacto en este episodio, es la decisión de Viserys de matar a su esposa Aemma Arryn (Sian Brooke) en favor de salvar al hijo que llevaba en su vientre y que debía ser su heredero. Este evento es el que desencadena todo lo acontece posteriormente pues el hijo de Viserys no sobrevive y nuevamente las hostilidades políticas aparecen. La mano del rey, Otto Hightower (el gran Rhys Ifans), toma un rol preponderante, como es de esperarse, en lo que este decide, consiguiendo enfrentarlo con su hermano Daemon, disputa de la que Rhaenyra sale beneficiada, pues es declarada, aún contra los conflictos que esta decisión conlleve, como legítima heredera al Trono de hierro.
En cuestiones de trama, o más bien de tramas, es que hallamos la principal diferencia con la serie original. No hay objeción al gran guion del George R.R. Martin y Ryan J. Condal, creadores además del programa, ni tampoco a la excelente dirección de Miguel Sapochnik, que tiene a su cargo dos episodios más, pues ambos elementos rememoran el gran nivel de mega producción que tuvimos tantos años en Game of Thrones, pero la escala en términos de historia parece estar algunos peldaños abajo. Es aún demasiado pronto para confirmarlo, pero al enfocarnos solo en la casa Targaryen, perdemos panorama para involucrarnos en arcos de personajes que están a miles de kilómetros como si nos permitía la serie original. El ritmo, además, ha estado algunas velocidades por encima de lo que esperaba, lo que no representa un defecto en lo absoluto, pero sí una posible declaración de ambiciones respecto a lo que quieran llegar a contarnos en esta primera temporada. Algunos reportes de prensa indican que tendremos notorios saltos en el tiempo en los siguientes episodios, por lo que estamos propensos a cambios de escenarios vertiginosos. Sin embargo, marcando otra diferencia puntual con lo que teníamos en la predecesora, este spin-off se asume, sin perder el espíritu y fiereza medieval, algo más político y conversado. No es que en Game of Thrones no tuviésemos este elemento, pues yo mismo desconocería la esencia de uno de mis personajes favoritos como lo es Tyrion Lannister (y su inolvidable monólogo en su propio juicio), pero House of the Dragons nos ha dejado en su estreno alguna ligera reminiscencia de House of Cards y no solamente por su nombre.
¿Ha estado el primer episodio a la altura de lo que esperábamos? Ni dudarlo. Siempre es saludable para la televisión -y para el streaming– que tengamos una producción de la magnitud como la que vemos en House of the Dragons. La serie ilusiona y promete mucho, pero Game of Thrones no se ganó el prestigio en un solo episodio y sería descabellado siquiera deslizar que esta producción puede igualarla. Dentro de las posibilidades que tiene y demarcando las diferencias entre ambas, House of the Dragons no tiene un solo amago de mezquindad y eso ya es bastante mérito distintivo respecto a las producciones creadas con algoritmos a las que la oferta cinematográfica y televisiva nos está intentando acostumbrar. Esto ha empezado muy bien, pero vamos con calma.
Estudié Economía en la Udep, pero mi película favorita no es Wall Street ni mi serie favorita es Billions. En realidad no tengo ninguna favorita, por eso dedico todo el tiempo posible a ver la mayor cantidad de series y películas que pueda, y porque me gusta. Escribo también en estrimin.pe.
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CRÍTICA: La vida sexual de las universitarias – Temp 3, Ep 1
Publicado
hace 4 díasel
22 noviembre, 2024**** sobre *****
*CUIDADO QUE HAY SPOILERS*
Si son fanáticos de las primeras dos temporadas de “La vida sexual de las universitarias”, seguramente ya sabrán que Reneé Rapp aparecerá menos en la tercera, habiendo decidido que prefiere dedicarle tiempo a su carrera de cantante en vez de actuar. Esto, claramente, resultará en la eventual desaparición de su personaje, Leighton, en la serie. ¿Pero cómo? Pues eso es algo que no nos demoramos en averiguar en el primer episodio. Resulta que su novia, Alicia (Midori Francis) se quiere ir de la Universidad de Essex para trabajar en Boston. Y (no tan) casualmente, el profesor de matemáticas de Leighton le ofrece hablar con un colega en MIT (¡en Boston!) para que se pase a dicha universidad a estudiar matemáticas, su verdadera pasión.
Conveniente, ¿no? O sea sí, pero es lo que la serie necesita —simplemente dará mucha pena ver a Leighton irse del show. Fuera de eso, sin embargo, este primer episodio hace un buen trabajo actualizándonos con las vidas de las chicas. Kimberly (Pauline Chalamet) y Whitney (Alyah Chanelle Scott) comienzan la historia peleadas debido a que la primera se metió con el ex de la segunda, Canaan (Christopher Meyer), pero felizmente terminan amistándose para el final. Whitney, además, tiene que acostumbrarse en la vida de una sorodidad. Y por su parte, Bela (Amrit Kaur) parece encontrar una nueva motivación para mejorar como persona, luego de enterarse de que no puede cambiarse de universidad por tener un GPA demasiado bajo: convertirse en mentora para los alumnos y alumnas de primer año.
Es bastante, especialmente considerando que el episodio es relativamente corto, pero como siempre, “La vida sexual de las universitarias” se mueve rápido y sin hacerse problemas, incluyendo todo tipo de diálogos graciosos y referencias a la cultura popular. Obviamente no todos los chistes funcionan, pero ninguno es demasiado estúpido, y ciertamente se ven beneficiados por el carisma de las protagonistas. Pero lo más importante de las dos temporadas anteriores, felizmente, sigue intacto: las buenas actuaciones, la química palpable y realista entre las actrices, y la franqueza con la cual temas relacionados a sexualidad y amistad son tratados por la creadora Mindy Kaling y sus guionistas. ¡Me muero por seguir con la temporada!
****½ sobre *****
*CUIDADO QUE HAY SPOILERS*
Llegamos al final de lo que podría considerarse como una de las mejores series del 2024. Y felizmente, “El Pingüino” ha concluido de manera satisfactoria —más que satisfactoria, de hecho. El personaje del título (Colin Farrell) por fin se ha convertido en el verdadero villano que siempre debió ser; Sofia Gigante (Cristin Milioti) ha regresado al asilo de Arkham, para volver a vivir su peor pesadilla. Pero más importante: lo que tanto nos teníamos, terminó pasando. Vic (Rhenzy Feliz), el eterno aliado de Oswald, es asesinado por este último luego de que tienen una breve conversación, en la que el primero le confiesa que lo considera como familia. El último cuchillazo en el corazón (no literal). El último paso que Oz tenía que dar para convertirse en lo que debía ser.
De hecho, lo que postula este último episodio de “El Pingüino”, es que Oz siempre fue así. Desde pequeño. No solo porque terminó matando a sus dos hermanos, como vimos en otro flashback, si no también porque siguió viviendo con su mamá después de eso, como si nada hubiese pasado. Para él, sus hermanos eran como obstáculo que le impedían estar con su madre, y que debían ser eliminados. Quería a su madre solo para él. Quería su aceptación. Quería darle la vida que siempre quizo tener. Pero como Oz no puede obtener todo lo que quiere, y mucho menos lo más importante para él, su madre termina teniendo un derrame, el cual la deja en estado vegetativo. Todo por lo que luchó, todo por lo que mató… se esfumó en pocos minutos. Y todo lo que queda es un Oz destruido, que lo tiene todo pero a la vez nada.
Es así, pues, que “El Pingüino” nos deja con una de las mejores construcciones de un villano que haya visto en un buen tiempo. A diferencia de lo que está haciendo Sony, la serie nunca trata de redimir a su personaje central ni mucho menos. No trata de convertirlo en un antihéroe. Lo que ha hecho es obligarnos a seguir a un personaje nefasto, a un psicópata al que entendemos, pero al que nunca llegamos a justificar. Es fascinante, y se cuelga de las excelentes actuaciones de Farrell, Milioti y Feliz. De hecho, si tengo una sola queja, es que “El Pingüino” no logra insertar suficientes referencias al mundo en el que sucede (¿cómo es que Batman ha ignorado todo lo que pasa en el show?) Y aunque me encantó la aparición de la Batiseñal al final, creo que pudieron haber puesto… más. Pero eso es lo único, ¡lo juro! Por lo demás, “El Pingüino” ha concluido muy bien, y ha demostrado ser, nuevamente, de lo mejor que hemos podido ver este año en streaming.
****½ sobre *****
*CUIDADO QUE HAY SPOILERS*
Ya nos vamos acercando al final. En el sétimo episodio de “El Pingüino”, llamado “El Jefe”, las cosas se tornan más complicadas para el personaje del título. Su madre, Francis (Deirdre O’Connell) ha sido capturada por Sofia Gigante (Cristin Milioti), y cuando llega a su casa en busca de Vic (Rhenzy Feliz), más bien se encuentra con Sal Maroni (Clancy Brown), quien le pide lo lleve a su base de operaciones en las alcantarillas. Después de todo, se quiere vengar de Oz por haber matado a su esposa, y de paso se quiere quedar con su operación de producción y distribución de drogas para compartirla con Sofia.
Es una situación compleja, pues, de la cual, para variar, Oz logra salir. Con la ayuda de un secuaz, logra apagar las luces de su base, se escapa de las garras de sus enemigos, y termina asesinando a Maroni… bueno, más o menos. Pelean, y este parece morir de un infarto, lo cual frustra a Oz, quien siempre quiere demostrar que es el ganador y es mejor de lo que el resto cree. Pero por su parte, en una conversación con Francis, Sofia se da cuenta de algo: todo este tiempo, quizo hacer algo nuevo, ser distinta. Pero ha estado jugando el mismo juego que su padre. Por ende, cuando Oz le pide que vaya a su base para entregar a su madre, hace algo diferente: le manda una bomba. Y aunque el Pingüino sobrevive (obviamente), para variar, los que pagan las consecuencias de la explosión son los residentes más pobres de la superficie. Al igual que con la inundación del Acertijo en “Batman”, son los más necesitados los que sufren por las acciones de estos villanos.
Es así que “El Pingüino” se va acercando a su final, sorprendiéndonos con giros narrativos interesantes y demostrando que ya se está acercando a un clímax potencialmente intrigante. Disfruté del flashback a la infancia de Oz con su madre (pues resulta que el pequeño Pingüino fue el responsable de la muerte de sus hermanos… o al menos eso parece), y disfruté de la escena entre Francis y Sofia, y de la intervención del Doctor Rush (Theo Rossi) en toda la situación. Sofia sigue siendo una antagonista formidable, dejando a Oz más solo que nunca. Aparentemente sin Vic (por el momento, asumo) y con un ejército muerto. ¿Qué pasará en el último episodio de la próxima semana? Tengo mis teorías, pero como siempre, estoy seguro que “El Pingüino” logrará sorprenderme.